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¿Que es Megapraxis? El mundo cambia, y el cambio constante es una de las ideas que conciernen a la Megapraxis, (Heráclito: "Todo fluye"). Otra es su universalidad: es global; hay que analizar todo, explicar todo; no nos conformamos con las partes. La realidad siempre es compleja y la complejidad también es megapráctica. Pero no todo va a ser análisis. Debe haber praxis ¿no? Pues eso, propuestas de acción práctica, que es lo que modifica la realidad. En resumen, conocer mejor la realidad para proponer acciones que la transformen, que la hagan progresar, que sumen “cuantos de progreso”. Pasito a pasito. Es muy simple. Pero no es fácil.

sábado, 11 de mayo de 2013

La hoguera

Graciana clavó sus ojos en los del verdugo, suplicándole con la mirada toda la humana compasión de la que fuera capaz para aliviar el horrible sufrimiento que la esperaba. Ella sabía que él sabía cómo hacerlo. Le conocía desde niño y en algún momento le había juzgado como un buen hombre.
Graciana había sido acusada de practicar la brujería, y por ello condenada a morir abrasada en la hoguera junto con otras cinco mujeres más, acusadas de ayudarla en sus artes diabólicas.
Por la cabeza de Graciana se agolpaban los recuerdos de su vida pujando por salir en ese postrer minuto dedicado a estimar el verdadero valor de lo que ha sido la propia existencia. Su infancia feliz y algo rebelde; sus padres, humildes trabajadores que pese a las estrecheces económicas pudieron darle estudios y una esperanza de un futuro mejor; su época de estudiante en la Facultad de Medicina, el MIR, las oposiciones, la ansiada plaza de médico adjunto en el Hospital, el ejercicio de la profesión volcada en sus pacientes...y la pregunta que la atormentaba más que cualquier condena: ¿qué había pasado? ¿cómo había llegado a aquélla situación?
Fue cosa de pocos años, en realidad. Todo empezó a torcerse cuando ocurrió aquél inmenso agujero bancario, la "gran recesión", donde los bancos fueron rescatados con dinero público que salió de cerrar hospitales, escuelas y despedir médicos, maestros y otros funcionarios públicos. La gente no dijo nada porque al igual que extinguían servicios públicos, cerraban empresas, víctimas de una irracional austeridad que se adueñó de los políticos, empeñados en salvar bancos a costa de los ciudadanos. Ello dio en la calle con millones de trabajadores. El miedo a quedarse sin trabajo generó la inacción de los aún activos. Los parados echaban la culpa de todo a los inmigrantes y a los funcionarios. Con este caldo de cultivo no tardó en llegar el decreto de "Externalización para una gestión eficaz de la administración pública". De un plumazo se acabó con el funcionariado, millones de personas que pasaron a engrosar las filas de parados, entre ellos, Graciana. En cuanto a los inmigrantes, el "Decreto de limpieza de sangre" acabó con ellos. Se decretó su expulsión del país, del mismo modo que siglos antes habían sido expulsados judíos y moriscos.
Gentes de confianza del poder fueron ocupando los puestos relevantes, designados "a dedo". Las instituciones, la judicatura, el poder legislativo y el ejecutivo fueron en seguida absorbidos y en poco tiempo pasaron a ser títeres en manos de las cuatro familias que ostentaban el poder económico. El ejercito y la Iglesia sirvieron fielmente al poder emergente como siempre habían hecho.
La democracia fue reducida a votar una vez cada cuatro años. Con la situación reinante el desencanto se apoderó de la población y la abstención llegó a ser del 95%, pero con omitirlo en las noticias fue suficiente para que ese "pequeño" detalle pasara desapercibido. Esa magra participación electoral no obstaba para que se siguieran repartiendo los escaños merced a la conveniente ley electoral de siempre, de modo que un escaño en el parlamento se podía llegar a conseguir con un puñado de votos, bastando para ello con los votos de la familia, del servicio, y de cierto número de paniaguados que debían favores al diputado electo. Los resultados de esa farsa seguían tildándose de "democráticos" en todos los medios de comunicación -que   naturalmente se doblegaron al poder con auténtico servilismo- y cualquiera que osara dudar de esa "democracia de salón" era acusado de traición al Estado y condenado a trabajos forzados en las minas de bórax del consorcio militar-industrial, compañía que, además de ser propietaria del ejército, se adueñó por decreto de todos los recursos naturales del país, incluidos el mar, su fondo, la costa, los ríos y el resto del agua dulce, el aíre, los bosques, las montañas, los valles, las minas y los cultivos. En eso quedó la riqueza disponible, pues la gran recesión y la crisis energética subsiguiente acabaron con las fábricas, sumiendo al país en un estado de subdesarrollo perpetuo, a merced de los países más desarrollados del entorno, quienes obtenían así recursos y materias primas a precio de saldo.
Hubo protestas, pero se acallaron a sangre y fuego. A la represión y al hambre no sobrevivió más que la cuarta parte de la población. Las otras tres cuartas partes perecieron o huyeron del país. Quien pudo marchó hacia el campo o las montañas, huyendo de la represión, más intensa en las ciudades. Ese fue el caso de Graciana.
Graciana comenzó a ejercer una medicina rudimentaria en su aldea. Tuvo que olvidarse de los medios que había en el hospital, y de los medicamentos de las farmacias, pues sólo podían permitírselos los miembros de las cuatro familias de caciques que detentaban el poder. Pero Graciana era viva y pronto recuperó una buena porción de medicinas del acervo tradicional que resultaban útiles para algunas dolencias: hierbas, ungüentos, tisanas... se afanaba en recoger esa tradición que muchas mujeres en Occidente ejercieron durante milenios, mitad curanderas, mitad consejeras, mitad catalizadoras del caudal esotérico que la humanidad lleva dentro. Graciana no creía en aquellas monsergas esotéricas -en el fondo era una racionalista de tomo y lomo- pero reconocía que la gente de a pie, los de abajo, necesitaban consuelo para sus almas tanto como alimentos para sus cuerpos, y de las dos cosas había escasez. De este modo, entre tisana y tisana, entre muérdago, mandrágora, belladona y acónito, Graciana oficiaba de psicóloga y hasta de sexóloga, pues la gente no solo acudía a ella en busca de cura para el cuerpo, sino también para el espíritu, y sobre todo, remedios para el amor, cuyos males no habían cedido con la recesión.
La gente de a pie -el 99%- no tenía muchas opciones si quería reunirse a hablar de sus asuntos, pues la ley prohibía cualquier reunión pública (todos los derechos civiles habían sido abolidos por el decreto correspondiente), de modo que se desarrolló una práctica clandestina consistente en reunirse de noche en prados alejados de las poblaciones.  Aquellas asambleas tenían un carácter mitad político mitad social, y en ocasiones festivo. No tardó mucho tiempo la gente en desarrollar auténticos rituales donde conversaban en libertad, compartían lo poco que tenían y gozaban del momento a su entender, en corros donde se reía, cantaba y danzaba al son de la música hasta el canto del gallo. Graciana alcanzó un papel preponderante en estas reuniones, debido a su sabiduría, reconocida por todos, y a su liderazgo natural. De algún modo la gente le otorgó el título de reina de la congregación.
Las leyes, recorriendo el camino inverso al que hicieron desde la Ilustración y el Racionalismo, volvieron después de la recesión a  los tiempos de esa justicia que reinaba en el siglo XVII, dominada por la superstición, el miedo y el afán de venganza propios de la Santa Inquisición. La religión, en su versión represora y pueril, consiguió dictar cuantas leyes quiso para tener al rebaño pastando en su redil. El miedo al diablo se instaló en primer lugar de las preocupaciones de los legisladores, pues se consideraba que el maligno estaba detrás de todos los males, y que para evitarlos, bastaba con combatirlo. Se dictaron leyes para perseguir a aquéllos que se sometían a Satán para producir el mal en el prójimo. Llegaron las cazas de brujas. Y Graciana fue denunciada por algún vecino mal avenido. Entre los vecinos muertos de miedo no fue difícil encontrar testigos de los aquelarres que oficiaban ella y sus asistentas, cinco mujeres que la ayudaban, en la braña alta las noches de verano. Las otras  fueron igualmente acusadas del mismo delito. Las seis sorguiñas fueron presas, juzgadas por el Santo Oficio para la Doctrina de la Fe y de lo Penal,  y condenadas por brujería.
Mientras el verdugo colocaba la capucha en la cabeza de Graciana, le puso en la boca una baya con un intenso sabor amargo y le dijo al oido "muérdela con fuerza". Graciana confirmó de este modo su juicio anterior sobre el fondo de compasión que aún latía en el verdugo, y de algún modo por su cabeza cruzó la peregrina idea de que aún había alguna esperanza para el Mundo.
Mordió la baya con fuerza. Para cuando el aire empezó a llenarse de olor a leña ardiendo, Graciana yacía inmóvil, inerte, bajo la capucha, sobre la pira.






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