Las nuevas ideas tardan en ser aceptadas, especialmente si no le gustan a la Iglesia. Pero para la Iglesia, lo más peligroso de las ideas de Galileo no era la defensa del modelo copernicano -en el centro del sistema solar está el sol, y no la tierra-; ni siquiera sus grandes descubrimientos -que hizo muchos en su vida-. Lo realmente desafiante de Galileo fue que sostenía que existen leyes en la naturaleza, y que el intelecto humano puede comprenderlas, empleando para ello la observación y la experimentación. Esto, que es la esencia del método científico y que hoy día nos parece tan natural, representaba una revolución en el siglo XVII. Es en este punto en el que arranca la ciencia moderna. Hasta entonces había dominado el pensamiento escolástico. Era más importante la autoridad, lo que decían los viejos libros, Aristóteles, Santo Tomás, el primer motor inmóvil, todas aquellas ideas que conducían a un Dios reinante sobre todas las cosas. La naturaleza era un canto a lo Divino. Había dos mundos: el inmaterial -el alma, la mente, las ideas- y el material -la materia-, y éste estaba por debajo de aquél. De ninguna manera podía una cuestión material poner en tela de juicio las grandes ideas iluminadas por Dios. No había sitio para la observación y la experimentación. Pero Galileo hizo añicos todo aquello. Descubrió que el mundo físico está regido por leyes universales, lo cual, para mas INRI -nunca mejor dicho- restringía un poquito el poder de Dios, pues tales leyes son inmutables, es decir, ni Dios puede cambiarlas, y no olvidemos que un atributo divino es la omnipotencia. Esta idea central en la obra de Galileo marca el fin de la hegemonía de una forma de ver el mundo y el principio del racionalismo. Desde entonces esta forma de ver el mundo ha proporcionado conocimiento y progreso a la humanidad en un grado sin precedentes. Desde entonces la antigua concepción del mundo no ha hecho sino perder terreno. En eso consiste la osadía de Galileo, que, aún hoy, cierto sector de la Iglesia no perdona. Basta darse una vuelta por Internet para oler el tufillo característico de la intolerancia religiosa que emana de algunas páginas web que hablan sobre el genio de Pisa -por cierto, vergüenza ajena da el artículo de Wikipedia sobre el gran científico ¿quien es responsable de semejante atrocidad?- para darse cuenta de que la irritación que produjo en la curia romana llega hasta nuestros días.
En fin, hay que tener paciencia. En 1992, la Iglesia Católica reconoció que la condena a Galileo había sido una equivocación. ¡Enhorabuena, Galileo, aunque 359 años tarde! En 2000 la misma Iglesia reconoció que tampoco acertó que digamos mandando a la hoguera -literalmente- a Giordano Bruno. Aquí tardó 400 años. A ver cuando nos sorprenden con Andreas Vesalio y otros tantos mártires de la ciencia.
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